Se posó frente a mi, era un hombre de aspecto incognoscible, su cabello cano y abundante, las cejas muy pobladas, por debajo unos prominentes ojos que no dejabas dudas a que sabia mis pensamientos más ocultos. Su mirada era insondeable, que provocaba un dejo de terror en lo más hondo de mi ser.
Su piel obscura y extremadamente tersa, de inigualable brillo. Las manos huesudas y callosas daban la impresión de ser más duras que las piedras que llevaba entre los dedos de ambas manos.
Su estatura era media, muy erguido para parecer un anciano de la antiguedad del norte de México, era un Chamán.
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